El cielo se cubre poco a poco de nubes blanquecinas, efímeras como las
bocanadas de humo que se escapan de mi garganta. Con lentitud, impasibles,
cercando poco a poco los rayos de sol, robando su supremacía eterna durante tan
solo unos instantes en la infinita inmensidad del tiempo. Así como la ira, al
juntarse esas pequeñas y dóciles nubes trémulas que, fácilmente, podrían
representar la ignorancia o la furia del alma humana; eran capaces de borrar el
cielo y tornarlo en una capota negra, furia divina, capaz de sumirnos en la
total oscuridad, una terrible oscuridad, la fría e indomable oscuridad que nace
de los pensamientos vacíos y de las almas rotas. Juntas conforman al tiempo un
monstruo indomable, negro y frío una noche de invierno, un monstruo indomable
solo dócil ante la carga de su propia furia, un monstruo terrible que estalla
entre sonido y luz en un llanto gélido que cubre todo a su paso. Lágrimas
capaces de borrar de la historia las más bellas historias así como capaces de
dar la vida a su paso. Furia, llanto e ira, dando un antes y un después en el
curso imparable de la vida. Fugaz, efímero y, en esencia, siempre eterno. Un
marca de agua en el tejido del tiempo. Un haz de luz se escapa de su vestido
negro, la brisa disuelve su cuerpo y tras él, el cielo.
Su
pelo se mecía con suavidad ante una suave brisa que luchaba por formar parte de
sus adentros. Sus ojos pardos robaban el brillo de un sol enfermo que moría
lentamente dejando su reino a cargo de la guardiana de su eterno fuego. En su mente,
nada, en sus manos, nada; en su alma, fuego. Como una rosa de cristal en un
valle de hielo; eterna, bella y a su vez imperceptible dentro de un blanco
manto de sueños. Sus ojos buscaban en la inmensidad la razón por la que no eran
capaces de estallar en mil piezas de cristal, sus pies ansiaban un remedio que
les llevara a desanclarse del térreo suelo. En, su mente, nada, en sus manos,
nada, en su alma fuego. Las estrellas, desnudas en al vasto espacio negro daban
a una gigantesca luna amarilla manto y corona para reinar sobre los guardianes
de los más terribles sueños. Añoraba aquel azul intenso de un mar en calma, el
rugido de las olas embravecidas en la tormenta, soles muriendo cada atardecer,
sumergiéndose impasibles en el horizonte azul donde solo una delgada línea
separa el azul mar del azul cielo que por un instante en la totalidad del
tiempo se tornan rojizos y febriles al bañarse con la luz sanguinolenta de un
sol muerto. La sal marina cerraba con dolor sus heridas dejando a la luz los
pasos del tiempo en la arena de la piel y ella lloraba, ahora, bajo la luna
cetrina, esperando que sus ojos la devolvieran el aroma del agua y el caricia
de las olas mecidas por brisas benignas.
Vida
fuiste, una vez en ese tiempo en que aún perdurabas firme e impasible ante el reloj. Muerte ansiaste cuando la vida terminó dando paso al vacío. Nada fuiste
cuando te doblegaste bajo las lágrimas y te hundiste en la tristeza mas resurgiste
envuelta en llamas, para alumbrar el camino que se abría hasta donde llegaba tu
mirada. Ahora que el calor se consume y se funde en un infinito constante de
oscuridad, cuando el fuego se debilita y dormita mecido por la suave mano que
guía el conformismo, no seas por ello pasto de la mentira y de la furia de este
mundo, flor liviana desprendida prematuramente del árbol madre de la sabiduría
para viajar entre las furiosas aguas de la ignorancia. Preserva la cordura,
rosa de cristal, el camino es largo para llegar hasta el mar donde la
genialidad lucha contra las mareas que hacen danzar a los necios; donde las
mentes densas, picantes y rebosantes de ansia y curiosidad se arrastran por las
arenas del tiempo buscando dejar sus semillas en la negra piedra de la
eternidad. Preserva la cordura, rosa de cristal, algún día nuestros vástagos
podrán abrir sus alas y rozar el eléctrico azul del techo celeste que puso
límite a nuestros sueños. Preserva la cordura, rosa de cristal, las nubes han
sembrado sus semillas y la noche del tiempo es aún joven como para perder la
batalla ante la calidez de nuestro amanecer.
Duerme en mis brazos y sueña con el camino, guía mis pasos con las
palabras que se escapen de tus labios adormecidos, demos juntos con la senda
que marcará nuestro destino y veamos juntos el renacer de un sol rojizo y
vívido en un horizonte herido. Andaremos
entonces hacia la luz que encendió nuestros deseos y si desfallecemos bajo el
sol podrán leerse en nuestros huesos palabras de amor que le contaran al
viajero que intente retomar nuestra senda hacia el infinito que los amantes que
yacen abrazados en el tiempo murieron matando la agonía monótona de un mundo
moribundo persiguiendo incansables la quimérica forma del sino que prometió
hacer de ellos la figura que guiaría los pasos de aquellos que, sumidos en el
sueño de la verdad o despiertos en la certeza del conocimiento, se atrevieran a
atravesar el negro manto nocturno hacia la iluminación matutina buscando en
ella la inmortalidad del verso.